Veinte años es mucho tiempo. O no es nada. ¿Cuánto es cuando se ve morir a 194 personas? Para algunos sobrevivientes y familiares de víctimas de Cromañón, veinte años es la cifra que marca que, por primera vez, hay más tiempo de vida después de la masacre que antes de ella. ¿A quién agradecerle, ahora, por esa vida, dónde poner la culpa y el recuerdo, y a quién seguir responsabilizando por la muerte de los que ya no están? Los sobrevivientes y familiares que hablan con Página 12 lo tienen claro: gratitud a los que dieron la vida por salvar al de al lado, responsabilidad del Estado que todavía tiene cuentas pendientes. En el medio, empezar a pensar un futuro con una certeza clara: "Cromañón no tiene que repetirse nunca".
Sobrevivir
A Celeste Oyola la salvó un desconocido. Tirada en el piso del local de Once, el fuego encendido, ya sin música de Callejeros, lejos de su Villa Celina, alguien le tendió las manos en la oscuridad de la noche del 30 de diciembre de 2004 y en medio de los cuerpos caídos o por caer. No sabe quién. Veinte años después, todos los sobrevivientes eligen ese punto en el recuerdo para subrayar: los pibes y pibas que volvieron a entrar una y mil veces para rescatar del incendio y del humo tóxico a conocidos o desconocidos, poniendo sus vidas en juego. Una red de solidaridad que, resaltan, se expandió desde ese preciso instante hacia adelante para sostenerlos.
"Los veinte años los vivo desde otro ángulo. Tenía 19 cuando fui y hoy 39, por lo que por primera vez tengo más tiempo vivido post Cromañón. Eso te hace replantear cómo era la vida antes y pensar qué hay verdaderamente de mí después de eso", dice Oyola a este diario, y agrega: "Creo que ahora puedo empezar a empatizar muchísimo más con el dolor propio. El hecho de estar en distintos espacios de lucha por justicia o por las reparaciones hizo que dejemos de atendernos a nosotros mismos y no poder decirle 'gracias', 'perdón' o 'vamos de nuevo' a esa piba que era. El tiempo y la contención del grupo humano del 'universo Cromañón' empezó a hacer que eso cambie".
También Elsa Meilán destaca al "universo Cromañón". Ella no estuvo adentro esa noche, pero la masacre se llevó a su esposo Mariano, a su cuñada Verónica, y es madre de una sobreviviente, también llamada Verónica. Integrante de No Nos Cuenten Cromañón (NNCC). Elsa destaca la articulación y contención entre distintas organizaciones en los veinte años que transcurrieron, y que se profundizó en los últimos tiempos con la lucha por la ley de expropiación del local (ver aparte) o la reciente conquista en la Legislatura porteña de la ley de reparación "vitalicia". "Más allá de la cifra simbólica de los veinte, este año fue de mucho trabajo y militancia, y sobre todo de muchas emociones, sanar dolores y también vivir Cromañon desde otro lugar. Por suerte pude pararme en un lugar más cercano al de la celebración de nosotros mismos", dice.
Palabras como "celebrar" parecen estar ahora más habilitadas para repetirse con frecuencia que hace algunos años. Es un modo de vencer al dolor, pero también de trabajar la paradójica culpa de haber salido con vida del infierno. Así lo describe Nicolás Pappolla, sobreviviente e integrante de El Camino es Cultural: "La única forma de contrarrestar el sentimiento de culpa por haber sobrevivido, la única manera de ganarle es buscando la felicidad que podías tener antes de haber ido a Cromañón. Me parece que es un triunfo que nosotros empecemos a permitirnos llegar a un 30 de diciembre recordando desde la sonrisa", sostiene. Esa noche, Pappolla llegó a Cromañón en colectivo, como siempre, con su grupo de amigos y un hermano menor a su cargo. Los dos pudieron salir, tomados de la mano.
Para Oyola, la posibilidad de ver todo "desde otro ángulo" es producto de "la construcción, la paciencia, la escucha y el respeto entre nosotros". "Eso hizo que hoy podamos llegar parados de una manera distinta porque hay pibes que eran nenes en Cromañón: ¿cómo podíamos pretender que pudieran hablar inmediatamente tras eso? Eramos muy chicos y tuvimos la muerte muy cerca cuando eso no debería existir a esa edad. Además hay 19 pibes que se suicidaron y eso empuja a que nosotros, que pudimos salir, hagamos lo que hay que hacer para los que están en esa situación", añade.
Las cuentas pendientes
Y es que "celebrar" no implica dejar de recordar, perder la memoria, ni muchos menos abandonar los reclamos. Pappolla lo tiene claro y lo resume así: "Creo que a veinte años de Cromañón lo más importante es que el Estado nacional y el de la Ciudad escuchen de verdad a las víctimas, que nos pidan perdón y que eso se traduzca en hechos concretos". Oyola asegura en el mismo sentido que "lo que tenemos todos en común es que todo lo que hacemos es porque Cromañón no tiene que repetirse nunca más".
Ningún familiar ni sobreviviente pierde de vista ni deja de recalcar el entramado político-estatal-empresario que permitió que un local como Cromañón --entre muchos otros-- funcionara en la Ciudad como lo hacía esa noche con sus paupérrimas condiciones de seguridad, el sobregiro de capacidad, las más de 4 mil personas en un lugar para menos de la mitad, las salidas cerradas con candado, el agua cortada en los baños, las bengalas, la media sombra inflamable, las llamas y el humo tóxico, la falta de ventilación y de matafuegos, los 194 muertos y los más de 1400 heridos.
Después, el trajinar por pasillos judiciales y legislativos, el juicio político a Aníbal Ibarra, jefe de Gobierno, y su caída, el oportunista ascenso de Mauricio Macri, el rápido olvido de la causa por la gestión PRO, a la que recién nueve años después de la masacre pudieron arrancarle una primera ley de reparación provisoria que sólo este año se convirtió en definitiva, aunque con limitaciones en su alcance. Los juicios: las discusiones internas por la responsabilidad de Callejeros, primero la absolución y después las condenas en Casación a sus integrantes, y sobre todo la condena a 10 años de prisión para Omar Chabán, gerenciador del local y muerto en 2014 en cumplimiento de la condena, los 4 años y medio a Rafael Levy, dueño del lugar, los 8 años al subcomisario de la Federal, Carlos Díaz, por cohecho, y las condenas por incumplimiento de los deberes de tres funcionarios porteños: Gustavo Torres, Fabiana Fiszbin y Ana María Fernández.
Todo guardado en la memoria y, hacia adelante, las cuentas pendientes. Tanto Pappolla como Oyola y Meilán coinciden en que la principal es la conformación de un registro fehaciente de la cantidad de afectados por la masacre: "Un padrón único y real a cargo del Estado", dice Oyola, mientras que Meilán la califica como "la gran deuda". Pappolla precisa: "En Ciudad sólo reconocen a 1600 personas cuando el mismo GCBA pone en los carteles de la estación 30 de Diciembre que éramos 4500 en el lugar. Con la última ley se logró una apertura del padrón, pero para un universo demarcado y enfrentando un montón de trámites burocráticos. Se reconoce a los que iniciaron una demanda civil y a una parte de los que ya son reconocidos como pacientes del programa de salud, pero el resto sigue quedando afuera", indica.
Además de brindar una asistencia económica a las víctimas, la ley de reparación incluye mecanismos que deben garantizar asistencia de salud en general y de salud mental en particular, y programas de empleo y educación. Este último es otro de los puntos cuestionados por los familiares y sobrevivientes. Por distintas vías, en Ciudad y en Provincia está fijado el 30 de marzo como el Día en Homenaje a las Víctimas de Cromañón, una jornada en la que el tema debería ser trabajado en las escuelas.
Aunque particularmente en Provincia existen materiales para docentes para utilizar en esa jornada, los familiares y sobrevivientes advierten que el tratamiento no deja de ser todavía deficitario en las dos jurisdicciones. Oyola sostiene en este sentido que "el 30 de marzo se debería hablar en todas las escuelas porque no es optativo". "A nosotros se nos estigmatizó mucho por ser jóvenes, y teníamos la misma edad que los chicos que hoy están en la secundaria, así que debería ser una oportunidad para hablar del derecho a la nocturnidad, al goce y a volver a casa sanos cuando salimos", agrega.
Los post Cromañón
Más allá del 30 de marzo, las distintas agrupaciones vienen organizando charlas y actividades en escuelas donde se encuentran con chicos y chicas nacidos después de 2004: la generación post Cromañón. Allí, coinciden, se topan mayormente con un escenario de creciente interés y hasta de respeto por la figura del "sobreviviente": "Me llama la atención que somos como una figura que impacta. Los chicos vienen con mucho respeto, te saludan y hasta te dan un abrazo", sostiene Pappolla, que apunta que esas actividades "son el mejor termómetro para saber qué tipo de conciencia se tiene sobre el tema". El estreno de la serie Cromañon de Amazon Prime, aseguran, también contribuyó a volver a poner el tema en agenda.
Pappolla considera que "hoy la sociedad empatiza mucho más con nosotros, creo que es porque empieza surtir efecto la mirada de los sobrevivientes con un laburo muy sostenido para que esté a la par de la de los familiares". Sin haber estado dentro de Cromañón, pero siendo madre de una sobreviviente, Meilán coincide en la importancia de la palabra de quienes pudieron salir para contarlo: "Creo que es momento de cosechar la palabra de los sobrevivientes, que fueron los más ocultos porque quisieron taparlos con mucha estigmatización. Yo puedo contar lo que viví afuera, pero cómo era todo adentro lo tienen que contar ellos", subraya.
Las charlas les sirven, así, para lo que califican como "derribar mitos y estigmas" que todavía permanecen sobre la cultura del rock de aquellos años, el "reviente" o el tan repetido "iban a matarse a los recitales". Los tres coinciden en que hay un mito en particular sobre Cromañón que todavía permanece: el de la existencia de una supuesta "guardería" en el baño donde las mujeres dejaban a sus hijos para disfrutar del recital. "Eso nunca existió, fue un invento para estigmatizarnos, sobre todo a las madres", dice Oyola, mientras que Pappolla advierte que la idea "todavía aparece incluso en las preguntas de los chicos y chicas que nacieron después".
"En las escuelas también nos empieza a pasar que muchos profesores tienen la misma edad que los sobrevivientes y por eso se ven interpelados a trabajar el tema. Nos llaman para que vayamos a contarles de primera mano lo que pasó y la recepción por lo general es buena, aunque para los chicos a veces es difícil de entender porque hay muchas cosas que cambiaron. Los profes entienden, sin embargo, que es algo que se tiene que seguir hablando", agrega la integrante de NNCC, que este año publicó el libro Voces, Tiempo, Verdad sobre la masacre.
Su agrupación organiza para este lunes el clásico festival con música en Diagonal Norte, frente al Obelisco, desde las 17 horas. El Camino es Cultural, por su parte, realizó el domingo 29, un día antes del aniversario, una jornada solidaria cultural con música y distintas expresiones artísticas en la estación Tapiales: "La idea es llegar a empezar el 30 de la mejor manera posible", señala Pappolla, que pidió a los asistentes llevar un juguete para donar. El sábado hubo otras actividades, como el Festival Cultural organizado por Movimiento Cromañón en el santuario de Once, mientras que el lunes se marchará a las 19 horas desde Plaza de Mayo hasta el santuario.