Nació en el norte de Brasil. Vivió unos 20 años en mar abierto. Casi frente a la Patagonia quedó atrapado en una red de pesca, viajó en buque a la costa y pronto en avión, de Bahía Blanca hasta el límite con la Cordillera de Los Andes. Vivió casi dos décadas en un estanque de acuario y hace muy poco, el recorrido inverso: una van, un vuelo de Mendoza a Mar del Plata, otro tramo en combi y tres años más en una pileta mucho más holgada; de nuevo transporte terrestre, luego a bordo de un guardacostas de Prefectura Naval y, por fin, el reciente y esperado chapuzón de regreso a su hábitat natural.
Menuda historia la del tortugo Jorge que, con unos 60 años, no solo se acaba de reencontrar con el Océano Atlántico sino que en apenas 18 días ya recorrió más de 400 millas -casi 800 kilómetros- para andar haciendo de las suyas por las cálidas aguas de Laguna Mangueira, en el sur de Brasil.
El telémetro que lleva incorporado en su caparazón y transmite señal satelital cada vez que asoma a superficie permite seguir paso a paso sus movimientos y, con ello, su adaptación al mundo que lo vio nacer. Todo luego de una experiencia de más de 40 años en cautiverio.
Pertenece a la especie conocida como tortuga cabezona, científicamente definida como caretta caretta, y pasó más de la mitad de su vida en el Acuario Municipal de la ciudad de Mendoza, desde 1984 en que fue capturado por pescadores hasta 2022, cuando se empezó a diseñar este plan de reinserción en el mar que tuvo su paso final el pasado 11 de abril, con la liberación concretada a unos 18 kilómetros al este de las playas marplatenses.
"Está haciendo desplazamientos tremendos", confirma a La Nación la doctora en ciencias biológicas Mariela Dassis, a cargo del seguimiento y monitoreo que marca la primera experiencia argentina en un ejemplar macho y adulto de esta especie, lo que permitirá conocer mucho más sobre sus rutas y hábitos.
Dassis es investigadora de Conicet y miembro del grupo especializado en mamíferos marinos del Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras de la Universidad Nacional Mar del Plata que coordina el también investigador Diego Rodríguez. Ahora ella es quien controla por pantalla el posicionamiento del animal, algo que hasta el momento hacía con mayor frecuencia con lobos marinos. "Mínimo tenemos una notificación por día de la ubicación de Jorge", destacó, sobre datos que se pueden seguir en la cuenta de Instagram.
Esta aventura nace de una labor conjunta de la municipalidad de Mendoza, que se hizo cargo durante el mayor tramo del cautiverio, y del Centro de Rehabilitación de Fauna Marina del recientemente cerrado Aquarium Mar del Plata. En este espacio pasó el tortugo estos últimos tres años, en un proceso de adaptación para que pueda alimentarse por propios medios y así quedar en condiciones de sobrevivir en su proyectado regreso al mar.
Del agua con sal al agua salada
El veterinario Adrián Faiella participó del proceso que significó preparar al tortugo en Mendoza, donde vivía en agua con agregado de sal, a esta escala en el oceanario marplatense donde se reencontró con verdadera agua de mar. "Previo a todo se hicieron estudios con muestras que le tomamos para determinar presencia de sodio, cloro y potasio", explicó a La Nación sobre parámetros que sirvieron para luego ajustar el hábitat en el que durante el último año y medio ya comenzó a cazar tanto peces pequeños como crustáceos.
El objetivo del traslado a Mar del Plata siempre fue la liberación del animal y se concretó hace poco menos de tres semanas. Dassis destaca que el primer día y medio de Jorge en el mar fue sin alejarse demasiado, pero pronto encaró con rumbo norte. En unas 30 horas hizo los primeros 80 kilómetros. Como se presumía, iría en busca de corrientes más cálidas.
"Es importante esto de haber marcado y seguir a un macho porque nacen en la costa y a diferencia de las hembras, una vez que van al mar, no vuelven a tierra", aclaró Faiella. Jorge lleva además dos aros identificatorios en su caparazón y una referencia de aviso a una ONG internacional en caso que, por alguna circunstancia, pueda volver a caer en manos humanas.
"Su principal riesgo ahora que está libre seguimos siendo la civilización: que sea pescado o chocado por alguna embarcación o que sea víctima de algunos residuos plásticos que abundan en el mar", detalló Dassis.
De hecho, en el monitoreo, vivió horas de preocupación porque en cercanías de Piriápolis, Uruguay, demoró en dar señales en coincidencia con la presencia cercana de dos grandes buques. Lo mismo en un tramo previo, en el norte de la costa bonaerense, donde abundan trasmallos. Sus señales satelitales confirman que todo marcha bien.
Admiten ambos que gran parte de la duda radicaba en el largo período en cautiverio que pasó este tortugo. Fueron más de 40 años. A su edad se suman otros 20 que se calculan por tamaño y otros datos que son buena referencia para quienes más saben de esta especie.
La telemetría en tortugas fue también una experiencia para los protagonistas del proyecto. Se compró un kit de fijación que lleva un parche sobre el caparazón del animal, con capas de epoxi y fibra de vidrio. Suma un revestimiento exterior para que organismos vivos incrustantes no obstruyan el sensor que emite señal.
Se aprovechó para la reinserción en mar una temperatura del agua en 18,9 grados. Va siguiendo esa corriente en sentido a Brasil, por donde ya asoma, en el límite con el norte de Uruguay. "Así debería llegar hasta el norte de Brasil, que es donde más presencia tiene la especie y donde se da la reproducción", recordó, sobre estudios en los que trabajaron también con la especialista en tortugas Laura Prosdocimi, del Laboratorio de Ecología, Conservación y Mamíferos Marinos del Museo Argentino de Ciencias Naturales.
En las costas de Piriápolis
La ubicación lo delató cerca de tierra, por primera vez, cerca de costas de Piriápolis. Luego confirmaron desde allí que en esos días se vieron muchas tortugas alimentándose en esa zona rocosa, donde abundan rapanas, un caracol que parecen ser una de las debilidades de la especie.
El telémetro que lleva Jorge funcionará hasta el límite de su batería. Se estima que aportará información durante varios meses. Para optimizar su rendimiento se le redujo la demanda de datos de temperatura o cantidad de señales por día. "Está mandando más señales de las que se esperaba, y eso significa que asoma más a superficie", acotó Dassis.
"Que no deje de emitir no significa que le fue mal", aclaró, porque puede tener accidentes el equipo, pérdida de la pequeña antena o algún daño. "Lo importante es que nos llega información y eso significa que todo marcha bien", insistió.
"Queríamos saber cómo le fue porque pasó 40 años [en cautiverio], de repente volvió al mar, y desconocíamos cómo iba a reaccionar", explicó Faiella, y reconoció que las respuestas son muy positivas.
"Era una apuesta grande porque no se trata solo de liberar al animal sino de que estuviera en condiciones de afrontar su nueva vida", explicó.
Jorge era una institución en Mendoza, después de tanto tiempo en exhibición en aquel acuario que fue su hogar en cautiverio. Y la decisión de devolverlo al mar ameritó no solo una gran responsabilidad, por los riesgos incluso en los traslados internos, sino también un plan que avanzó, se ejecutó y parece ir viento en popa. ¿Puede volver para esta zona? "Sus hábitos migratorios puede que lo traigan de nuevo con las corrientes cálidas de verano", arriesga Faiella.
Dassis destacó el buen curso de esta experiencia pero recordó que "hay muchos otros Jorge que no se ven", en referencia a otros animales rescatados y atendidos en tierra por instituciones especializadas y cuyos casos no son tan visibilizados. En el caso de Mar del Plata ahora en riesgo, porque el Centro de Rehabilitación de Fauna Marina que financiaba Aquarium Mar del Plata entra en incertidumbre frente al cierre del oceanario.
La intención es que este proyecto, que ayudó a la adaptación de este tortugo y la atención y recuperación de miles de animales, pueda tener continuidad en el mismo espacio y con algún tipo de financiamiento privado.