Cargando...Terminar el año sirve para hacer balances, encontrarnos a nosotros mismos y aceptar la verdad de lo que somos.
Podemos definir la verdad como lo que es fiel a su esencia. Aquello que es cierto y que, aunque intente disfrazarse, sigue siendo lo que es.
Verdad es el cielo cuando es de día, cuando está cubierto de nubes, cuando varía los colores en una paleta sorprendente en el atardecer de cualquier jornada. Siempre es distinto, pero siempre es cielo.
Verdad es el agua que fluye por la montaña, que converge en arroyos, que busca caminos, que se estanca en charcos vivificantes. En sus miles de formas el agua no deja de ser agua.
Verdad también somos nosotros cuando nos animamos a ser lo que íntimamente sabemos que somos. Porque somos mucho más que la imagen que nos devuelve el espejo, o la sociedad.
Verdad es darnos permiso para vivir desde la esencia y restar protagonismo a la existencia que nos llena de rótulos cuando salimos al exterior para ser la verdad que otros imponen.
Transitando un tiempo de verdades. Algunas duelen. Otras nos desnudan el alma. Honestos ciclos donde el juego de ser nosotros mismos nos desangra las caretas y nos quita los disfraces.
Es tiempo de verdad, aunque no lo parezca. Porque somos lo que somos y hemos de ser para sentirnos.
Es tiempo de vivir acorde a lo que realmente deseamos ser.
Es tiempo de ser luz para tener claridad en el camino.
De ser fuego para tener calor en el alma.
De ser generosos para recibir todos los dones que el universo tenga para nosotros.
De saber que somos amor y expandirlo sin límites.
Somos nuestro máximo capital. A cada instante somos la totalidad de nuestros dones y nuestros defectos. Somos todo. Somos únicos. Somos sin excusas.
