Es tiempo de volver a reconocer aquello que nos alegraba y nos entusiasmaba. Las ganas de los comienzos, la luz de las miradas buenas, la creencia en nuestras posibilidades y, sobre todo, el convencimiento de que nada es imposible cuando uno pone el alma en el intento.
Encontrar la maravilla de nuestra vida es comprender el sentido que tenemos. El impulso primario que nos lleva a seguir, a construir y a creer en la potencialidad de cada célula de nuestro cuerpo y de cada impulso vital, que nos empuja a dar un poco más, cuando creemos que no podemos dar más.
La realidad no se puede cambiar, pero si podemos variar la forma en la que la enfrentamos. Reconocer el milagro de nuestra vida, la generosidad de la naturaleza en cada despertar, en los colores de los alimentos, en la plenitud de las emociones, en la profundidad de los amores y en la valía cotidiana de nuestros días, nos puede aportar el granito que necesitamos para encausar el optimismo y vivir con alegría cada minuto.
El sentido de la vida no es un misterio. Está ahí, al alcance la mano o mejor dicho, a un latido de distancia, porque en el alma tenemos un universo de oportunidades que están esperando que las usemos para dejar una huella -maravillosa y perfecta- en el camino que indefectible debemos recorrer.