La vida tiene juegos de luces y de sombras. Estamos condicionados por la luz o por su ausencia, y necesitamos de ambas para darle el justo valor a la claridad que requieren nuestros pasos.
Hay luces en lugares, circunstancias, personas. Hay momentos en los que la luz nos expande hacia otras fronteras y nos hacemos visibles y podemos decir que ¡acá estamos! Ese brillo interior es el poderoso elixir que transforma el hierro en oro y que los sabios definen como alquimia.
La sombra, por su parte, es traicionera y nos envuelve como una bruma sutil que cambia los paisajes por otros donde las formas desdibujan el horizonte. La penumbra asusta y la oscuridad agiganta los temores.
Hagamos del brillo un ejercicio constante. ¡Brillemos! Seamos luz. Expandamos los labios en sonrisas y en coraje, que no hay sombra que se resista al brillo que emana de unos ojos decididos y de un corazón poderoso. Y si por ahí el entusiasmo por vivir se apaga, volvamos a mirar al cielo que siempre hay una esperanza divina que nos hará regresar al coraje de la luz que anida en cada uno de nosotros.